Muchas Felicidades. Ese dia que alguien puso en el bar un ordenador a pedales, no tenía ni idea del regalo que nos estaba haciendo a nosotros. Cincuenta mil besucos. Lía
Todavía la vieja tentación de los cuerpos felices y de la juventud tiene atractivo para mí, no me deja dormir y esta noche me excita.
Porque alguien contó historias de pescadores en la playa, cuando vuelven: la raya del amanecer marcando, lívida, el límite del mar, y asan sardinas frescas en espetones, sobre la arena. Lo imagino enseguida. Y me coge un deseo de vivir y ver amanecer, acostándote tarde, que no está en proporción con la edad que ya tengo.
Aunque quizás alivie despertarse a otro ritmo, mañana. Liberado de las exaltaciones de esta noche, de sus fantasmas en blue jeans.
Como libros leídos han pasado los años que van quedando lejos, ya sin razón de ser —obras de otro momento. Y el ansia de llorar y el roce de la sábana, que me tenía inquieto en las odiosas noches de verano, el lujo de impaciencia y el don de la elegía y el don de disciplina aplicada al ensueño, mi fe en la gran historia... Soldado de la guerra perdida de la vida, mataron mi caballo, casi no lo recuerdo. Hasta que me estremece un ramalazo de sensualidad.
Envejecer tiene su gracias. Es igual que de joven aprender a bailar, plegarse a un ritmo más insistente que nuestra experiencia. Y procura también cierto instintivo placer curioso, una segunda naturaleza.
Parece escrita por Gil de Biedma para tí, Besucos.
5 comentarios:
Muchas Felicidades.
Ese dia que alguien puso en el bar un ordenador a pedales, no tenía ni idea del regalo que nos estaba haciendo a nosotros.
Cincuenta mil besucos.
Lía
Otro para ti, Lia. Y un abrazo.
Y digo más,
na na nino naaaaaaaaa naaaaaaaaaa
Besos.
Todavía la vieja tentación
de los cuerpos felices y de la juventud
tiene atractivo para mí,
no me deja dormir
y esta noche me excita.
Porque alguien contó historias
de pescadores en la playa,
cuando vuelven: la raya del amanecer
marcando, lívida, el límite del mar,
y asan sardinas frescas
en espetones, sobre la arena.
Lo imagino enseguida.
Y me coge un deseo de vivir
y ver amanecer, acostándote tarde,
que no está en proporción con la edad que ya tengo.
Aunque quizás alivie despertarse
a otro ritmo, mañana.
Liberado
de las exaltaciones de esta noche,
de sus fantasmas en blue jeans.
Como libros leídos han pasado los años
que van quedando lejos, ya sin razón de ser
—obras de otro momento.
Y el ansia de llorar
y el roce de la sábana, que me tenía inquieto
en las odiosas noches de verano,
el lujo de impaciencia y el don de la elegía
y el don de disciplina aplicada al ensueño,
mi fe en la gran historia...
Soldado de la guerra perdida de la vida,
mataron mi caballo, casi no lo recuerdo.
Hasta que me estremece
un ramalazo de sensualidad.
Envejecer tiene su gracias.
Es igual que de joven
aprender a bailar, plegarse a un ritmo
más insistente que nuestra experiencia.
Y procura también cierto instintivo
placer curioso,
una segunda naturaleza.
Parece escrita por Gil de Biedma para tí,
Besucos.
Me has alegrado el día, Lia. Un beso.
Publicar un comentario