Acabo de torrarme mi propio pulgar y parte del índice. Y todo por un despiste. He dejado que la china ardiera demasiado y, a pesar de envolverla con tabaco al ir a deshacerla, se me ha quedado pegada, incandescente, en la yema del puto dedo gordo -me escuece un huevo-.
Sé que te tengo acostumbrado, en su más neutra acepción, a escribir mucho más aprisa de lo que lo estoy haciendo. Lo hago con la mano sana, que no es la que uso para casi todo. La quemada sujeta el deliciosamente frío vaso de cerveza que llevo a mis labios con reparo no sea que se me termine y el escozor vuelva, y ni me planteo desocuparla.
¿Y ahora qué? Gracias, joder.
2.6.09
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