9.10.05

Escuelas y maestros

"En el capítulo anterior se ha hablado de un grupo o rebaño enorme de ballenas espermáticas y se alegó también la probable causa de tales ingentes aglomeraciones.

Ahora bien: aunque a veces se tropiece con tales ejércitos, aún en la actualidad es frecuente observar pequeños grupos de animales, que suelen contar de veinte a cincuenta individuos. A estas bandas se les llama "escuelas" y suelen ser de dos clases: las compuestas casi por entero de hembras, y las que sólo cuentan machos jóvenes y vigorosos.

De galante guardia ante la "escuela" de hembras se ve siempre a un macho enteramente adulto, aunque no viejo, quien, a la menor alarma, da muestras de su viril denuedo quedándose atrás para cubrir la fuga de las damas. En verdad, el tal caballero no es más que un verdadero turco, que navega tranquilamente por el universo rodeado de todas las caricias y goces del harén. El contraste entre el turco y sus concubinas es sorprendente, pues en tanto que él presenta siempre las mayores proporciones leviatánicas, las damas, aun en estado adulto, no llegan a tener nunca más de un tercio del volumen del macho de tamaño medio. Me atrevo a insinuar que son relativamente esbeltas, con una cintura que no pasa de media docena de varas en circunferencia. Sin embargo, no puede negarse que tienen una tendencia hereditaria a la gordura.

Es muy curioso la contemplación del susodicho harén y las andanzas de su sultán. Como los elegantes, anda siempre a la cómoda búsqueda de la variedad. Se encuentran en la línea del Ecuador en el momento oportuno de las temporadas de feraces pastos allí, recién llegados, probablemente, de los mares septentrionales, donde han pasado el verano, y evitando de esta manera su desagradable pesadez y calor. Una vez que se han paseado bien por las calzadas del Ecuador, se dirigen hacia los mares de Oriente para pasar allí la temporada invernal y evitarse sus molestias.

Mientras avanzan serenamente en uno de estos viajes, si se observa la menor señal sospechosa, el sultán no pierde de vista a su interesante familia. De atreverse cualquier petulante jovenzuelo que aparezca por allí acercarse a alguna de las damas, es de observar que qué furor prodigioso le ataca y le expulsa el Otelo. ¡Bonitos tiempos si se permitiese a semejantes tarambanas venir a perturbar la santidad del hogar! Aunque, haga lo que quiera, no puede el pobre Otelo impedir que los donjuanes más notorios se les deslicen hasta el lecho, porque, ¡ay!, el mar no tiene más que uno. Lo mismo que en tierra, las damas motivan los más terribles duelos entre sus pretendientes rivales, que llegan a luchar a muerte, y simplemente por amor. Esgrimen sus largas mandíbulas inferiores, que quedan a veces enganchadas, luchando así por la supremacía, a la manera en que los alces, al luchar, entrecruzan la cornamenta. Se captura a muchos que presentan las cicatrices de tales combates; cabezas hendidas, dientes rotos, aletas desgarradas; y en algunos casos, bocas torcidas y dislocadas.

Ahora, suponiendo que el invasor de la felicidad familiar huya a la primera embestida del señor del harén, en tal ocasión resulta sumamente divertido observar a tal señor, pues entonces vuelve a insinuar gentilmente su enorme figura entre las damas, y así se regodea un rato, mientras sigue infligiendo los sufrimientos de Tántalo al joven Lotario, que continúa en las cercanías, como el piadoso Salomón, adorado devotamente en medio de sus mil concubinas. Dando por descontado que otras ballenas se hallan a la vista, rara vez da caza el ballenero a ninguno de estos grandes turcos, pues estos señores tienen demasiada conciencia de su fuerza; de aquí que su mansedumbre sea escasa. En cuanto a los hijos e hijas que engendran, ¡no creáis!, ellos mismos deben cuidar de sí, por lo menos con la sola ayuda maternal, porque, al igual que otros voraces y omnívoros amantes que pudieran nombrarse, mi sultán ballena no tiene inclinación alguna por el cuidado de los niños, aunque tenga mucha por la glorieta en que juegan; de manera que, siendo un viajero infatigable, va dejando hijos anónimos por todos los mares del mundo. Cada hijo un extraño. Le llega la hora, sin embargo, en que el ardor de la juventud declina, a la par que los años y las tristezas se acumulan. La reflexión va imponiendo sus solemnes pausas. En resumen, un cansancio general invade al gran turco. Entonces un amor de la tranquilidad y la virtud sustituye en él su antiguo amor por las doncellas.

Nuestro otomano está en la fase admonitoria de la vida en que surgen los arrebatos. Entonces renuncia al harén y lo dispersa, y exaltado hasta un inquieto y ejemplar estado de ánimo, se lanza solo a través de los meridianos y paralelos a proferir sus oraciones y advertir a todos los leviatanes jóvenes acerca de sus propios juveniles errores.

Ahora, como el harén es denominado "escuela" por los pescadores, al dueño y señor del mismo se le llama "maestro". De ahí que no parezca muy apropiado, aunque admirablemente satírico, el que después de pasarse en la "escuela" los mejores años, se lance, no a enseñar lo que allí aprendió, sino a exaltar su propia estupidez. Este título de "maestro" parece derivado, con toda verosimilitud, del nombre conferido al propio harén, pero algunos han supuesto que el primer individuo que llamó así a esa especie de sultán-ballena debía haber leído las memorias de Vidocq e informarse así de la clase de maestro rural que fue en su juventud el famoso francés, y de la naturaleza de aquellas ocultas lecciones que inculcaba en alguno de sus discípulos.

La misma soledad y apartamiento en que se refugian los "maestros" en la madurez se aplica a todas las ballenas espermáticas de edad avanzada. Se puede calcular casi con tada seguridad que una ballena solitaria, como se denominan, resulte anciana. No desea tener cerca más que a la propia naturaleza, y es a ella a quien desposa en los desiertos de los mares. Es para el cachalote la mejor de las esposas, aunque guarde tantos ceñudos secretos.

Las "escuelas", compuestas exclusivamente de machos jóvenes y vigorosos de los que ya se habló, contrastan notablemente con las "escuelas" compuestas por hembras, pues en tanto que éstas son tímidas por naturaleza, los machos jóvenes, que llaman "cuarenta barriles", son los más pendencieros de todos los leviatanes, y tradicionalmente peligrosos de combatir, a excepción de aquellas ballenas canosas que a veces se hallan, las cuales, exasperadas por una gota permanente, luchan como los más torvos demonios.

Las "escuelas" de machos de "cuarenta barriles" son mayores que las de "harén". Semejantes a hordas de escolares son pendencieros, bromistas y malignos y van dando tumbos por el mundo a tal velocidad, que no habrá asegurador sensato que se atreva a asegurarlos, como tampoco lo haría con ningún estudiante de Yale o Harvard. Sin embargo, a no mucho tardar dejan de ser levantiscos, y al llegar al tercer cuarto de la vida se separan para salir en busca de harén, que es su acomodo.

Hay aún otra diferencia entre las "escuelas" masculinas y las femeninas que aún caracteriza mejor a los sexos. Supongamos que se hiere a un macho de los "cuarenta barriles"; ¡pobrecillo!, todos sus camaradas le abandonan en el acto. En cambio, si el accidente le sucede a un miembro de un harén, sus rivales la rodean dando grandes muestras de interés, quedándose en ocasiones tanto tiempo junto a ellas, que les cuesta a veces la vida."


Herman Melville, Moby Dick.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Una solidaridad femenina que por desgracia no se da en el ser humano.

Cuanto tenemos que aprender!!!